Padre e hijo: Construyendo un legado de alegría en Durca

Una nota de José Durán, Cofundador de Chocolate Durca


Siempre era por las tardes… El sol se ponía lentamente sobre las aguas de Hong Kong, y mi padre y yo nadábamos mientras el cielo se teñía de dorado. Esos eran los momentos en que nuestras conversaciones se profundizaban en preguntas que me marcaron y moldearon mi visión del mundo. Tenía once años cuando le pregunté cuál era su mayor sueño en la vida. Sonrió, tranquilo y seguro, y dijo: «Ayudar a los demás a ser felices y a alcanzar sus sueños». Era una respuesta tan sencilla, pero encierra todo aquello en lo que creía: propósito, bondad y la fuerza perdurable de trabajar por los demás.

Años después, comprendo cómo aquel momento se convirtió en el inicio de Durca. Mi padre, David Durán, es la persona más trabajadora que conozco. Lo he visto pasar incontables noches en el taller, elaborando chocolate artesanalmente, produciendo cientos de tabletas cuando no teníamos equipo, ni descanso, solo determinación. Recuerdo cuando preparamos nuestro primer pedido de 500 tabletas Golden: él hacía el chocolate y yo armaba las cajas. Cada hora estaba impulsada por el amor y el propósito de crear algo significativo. Incluso hoy, su ritmo continúa, el impulso constante en la producción, la precisión, la paciencia. Escucha podcasts mientras atempera el cacao, siempre aprendiendo, siempre curioso. Justo ahora, llegó un mensaje: «1000 nuevas tabletas Grand Cru terminadas».


Esa chispa que tenía en los ojos cuando yo era niño sigue ahí. Siempre ha dicho: «Juntos, con paso firme, creamos el camino hacia nuestro futuro». Ese paso firme es lo que forjó a Durca.

Ese ritmo se ha convertido en la esencia de Durca, un legado en constante movimiento. Cada decisión, cada cosecha, cada creación nace de esa misma devoción, del deseo de compartir la alegría a través de la belleza del trabajo hecho con el corazón. Durca reside en la quietud entre el esfuerzo y la gratitud. Reside en el suave sonido de los granos de cacao secándose al sol, en la paciencia de nuestros agricultores, en el momento en que alguien prueba una tableta y hace una pausa. Esa pausa es alegría, es la sensación que nos dice que formamos parte de algo significativo.


Al recordar aquella tarde, comprendo lo que quería decir mi padre. La alegría no es una meta, sino la forma en que transitamos la vida, la gratitud de crear algo que une corazones. A través de Durca, ese sentimiento sigue creciendo, cruzando océanos, de manos, a través del tiempo.

He aprendido que la alegría no es algo que se gana ni se persigue. Es una forma de estar presente. Es la gratitud que llena el ambiente cuando el propósito y la pasión se alinean. Durca existe gracias a esa convicción: que a través del arte, de la familia, del ritmo paciente de la creación, la alegría siempre encontrará su lugar en lo que compartimos con el mundo.

© Durca Chocolate